A medida que pasa el tiempo y que los bebés de mi entorno dejan de serlo me pongo a pensar en lo que soy físicamente hablando ahora, un bebé en el cuerpo de una mujer. Siempre digo que no pienso mucho en lo que perdí y no miento pero jamás hubiera pensado siquiera que daría lo que me resta de vida por poder hacer cosas tan sencillas al menos por un día:
- Correr con mis sobrinos y treparnos a un árbol como lo hacía en mi niñez.
- Estar con amigos y decir “Vamos a tal lugar” e irnos así sin más, sin tener que preocuparnos por una silla, por una rampa.
- Tumbarme en el piso frío para ver tele con los brazos cruzados en la nuca cual almohada y las piernas arrimadas por la pared.
- Limarme sola las uñas y pintármelas.
- Cortar mi comida, pelar una naranja, partir una manzana.
- Levantarme en la noche a tomar agua porque siempre me daba y sigue dándome sed en horario poco habitual.
- Andar en bici y buscar nuevos caminos para llegar a tal o cual lugar.
- Espantar un bicho que se pose en mis pies.
- Poder darme una ducha sola y quedarme allí todo el tiempo que quisiera y no el que la persona que me asiste se toma en ayudarme.
- Probarme ropa frente a un espejo.
- Ponerme un perfume con vaporizador.
- Calzarme los zapatos, prenderme las sandalias, atarme los cordones.
- Decidir ser madre y poder hacerme cargo.
- Viajar, viajar y viajar.
- Mover mis dedos para hacer cosquillas, entrecruzarlos para rezar.
Nada de esto y más puedo hacerlo por mi cuenta pero repito, no extraño mi pasado, no quiero volver a él. Disfruto mucho mi presente, lo que me rodea y me entusiasma demasiado el futuro… pero quiero ser capaz de hacer cosas cotidianas por mi misma y no me voy a rendir intentando conseguir eso.
Nada me va a quitar la fe ni los sueños por cumplir, voy a seguir escalando la montaña de la vida.