
Recuerdo que era una siesta, seguro que de marzo, hacía muchísimo calor y para no aburrirme contaba una y otra vez cuántos cuadros comprendían el cielo raso de mi cuarto, que era lo único que podía mirar con la cabeza atornillada a un aparato en la cama. El ventilador giraba al máximo, sentía calor pero únicamente en la cabeza pues en el resto del cuerpo no tenía sensibilidad a ningún estímulo ni térmico ni táctil.
En un segundo veo acercarse un avispón al ventilador y justo me dan ganas de bostezar, entonces ¿ Adivinen que pasó? El bicho fue a dar por las astas del ventilador y de ahí directo a parar a mi boca. Habré tenido miles de pensamientos y de sentimientos en aquel momento, pero más fuerte era la desesperación de no poder gritar, de no poder escupir, de no poder mover un milímetro los brazos mientras el insecto cada segundo iba metiéndose a mi garganta.Pero sucedió lo inesperado:
Sólo pensé que Dios no podía darme una muerte tan estúpida cuando ya me salvó la vida de algo peor y luego mi brazo derecho hizo un movimiento automático, metí la mano en mi boca y logré sacarme al bicho.Quedé atónita, mi brazo se había movido por un momento y por más que lo intenté de nuevo una y otra vez no lo volví a mover.
Bromeando (humor negro) dijeron que mi terapia sería tirarme a la cama día a día desde arañas, sapos hasta serpientes, lo que fuese necesario para volver a moverme, aunque fuese un poquito…