
Viernes de noche con lluvia y yo con unas ganas enormes de revivir las sensaciones de caminar bajo las grandes gotas que caen del cielo, retroceder al tiempo en que era tranquilo y seguro hacerlo.
La lluvia me limpiaba por dentro, de la rabia, la impotencia, las frustraciones de los sueño que no se cumplían o se perdían definitivamente, mezclando mis lágrimas saladas con el dulce sabor del agua de esas nubes que no soportaban más presiones y se liberaban de su peso.
La lluvia también fue testigo de aventuras, de travesuras, de abrazos sin fin y besos apasionados, de la comunión del alma con el cuerpo, de promesas, de muchos «nunca» y «para siempre».
No, no es fácil resignarse al principio ni mientras dura la inmovilidad física. Entonces cerrás los ojos, empezás a recordar con una sonrisa agridulce en el rostro y algo punzante en el corazón.